No soy especialmente melómano (un poco megalómano sí, pero eso es otra historia), pero la primera vez que escuché a The Dresden Dolls sentí algo único: no pude dejar de repetir una y otra vez en mi viejo pc The Time has Come o Coin Operated Boy. No tengo claro cómo llegué a esos temas, pero creo que fue gracias a soulseek.
Descargué lo más rápido que pude los discos completos y casi sin darme cuenta me convertí en un fan. Cuando un tiempo después vi que daban un concierto en Madrid no dudé en estirar mi sueldo de pobre becario de la época (me fallan las fechas, pero creo que todo esto fue entre 2004 – 2006) y comprar un par de entradas: como nadie de mi círculo conocía el grupo tuve que invitar para tener compañía.
Cuando acabó, compré dos posters (que hasta el año pasado se quedaron acumulando polvo en casa de mi madre, porque cambiaba demasiado de ciudad como para llevarlos conmigo) y una camiseta que todavía tengo.
¿A qué viene todo este rollo? Básicamente que es (así a ojo) en el grupo en el que más dinero he invertido (2 entradas a 20 euros, 2 posters a 10 y una camiseta a 15, darían un total de 75€ si no me falla la memoria con las cifras) y nunca he tenido que pagar por una sola canción suya.
No me meteré en reflexiones sobre modelos de negocio, piratería y demás (esos temas se los dejo a Gonzalo Martín), pero tras ver la intervención de mi querida Amanda en TED y la brutal campaña de Kickstarter en la que superó el millón de dólares de recaudación creo que tiene sentido pensar que hay otra forma de hacer las cosas, y que buscar la conexión emocional con los fans (no los de Facebook, los de verdad) tiene todo el sentido del mundo.
Os dejo con la charla, emotiva y sentida donde las haya. Que aproveche.
Enlazo a Versvs, que hizo aquí una mención medio oculta a los amigos. Fue un placer descubir que también era fan.